PATATAS FRITAS PARA LLEVAR DE VIAJE
jueves, 2 de marzo de 2017
Me acabo de comer una bolsa de patatas fritas, no una bolsa cualquiera; una de esas que por su aceite de oliva virgen y su justo punto de sal de Formentera, parece que se salva de los alimentos altamente desaconsejados, son mentiras piadosas del marketing.
La tenía dentro del armario ropero, curioso lugar; entre mi neceser y las camisetas básicas. La había comprado en el tren y esa bolsa formaba parte de un pack bocadillo- bebida (las patatas parece que son el premio) al que contesté: “venga pónmelo”.
El tren llegó con retraso y, yo, tan cansada, que las patatas se fueron al armario y han estado tres días en un ambiente hostil conviviendo con camisas y pantalones. Era curioso abrir la puerta para buscar unas bragas y verlas allí, desubicadas pero desafiantes.
Esta misma tarde me las he comido, conmigo de testigo; sin esconderme de nada, rasgando el envoltorio a pleno pulmón. Pensando que los menús de Renfe no ayudan a soportar los viajes, no proponen manzanas, ni nada que no contenga queso o mayonesa.
Estoy mirando por la ventana, diciéndole adiós a la invitada que ahora invade mi cuerpo de sal y aceite de oliva virgen; igualito que el vagón restaurante; de pie, deprisa y con grasa.
Pienso en las tentaciones alimentarias; todos leemos sobre lo que debemos comer, lo que es bueno para nuestro organismo: poca sal, huir del azúcar y controlar las grasas.
Parece sencillo, pero ¿por qué aquel vagón estaba lleno de tentaciones?; era un infierno para el organismo envuelto en plástico. No había mucho para elegir. Era pecar y arder en grasa, azúcar y sal.
Hay alimentos ante los que yo me rindo, no son muchos; sencillos sí que lo son: a mi me pierde un bizcocho, una magdalena (sin relleno) muy básica, de las de toda la vida; la nata me vuelve loca, montada (no de spray) y sin azúcar; la mantequilla para untar un buen pan y las patatas fritas, que son igual de buenas que malas para el cuerpo. Ninguno de ellos mejorará mi salud, ninguno es recomendable; pero todos suponen una tentación que debo superar cuando los tengo delante.
Mirando a la ventana pienso que son pecados veniales; yo, cuando los peco; robo, mato y dejo de santificar las fiestas. Después ni me confieso, porque soy yo la que he de perdonarme. Y eso, a veces me cuesta.
Me acabo la bolsa y con los dedos manchados de aceite de oliva virgen y la sal de Formentera en la punta de la lengua empiezo a preparar mi maleta para el siguiente viaje. Hago un repaso y anoto: llevar algo para comer.
PEANAS PATAS PIES
miércoles, 1 de marzo de 2017
Vuelvo a estar coja, y no de ese pie; sino del otro, el de siempre, el de sin remedio.
Estoy en ello, soy una paciente, alumna y gimnasta aplicada, pero nada.
Problema de apoyos, de que apoyo mal o que no encuentro en que apoyarme.
Aún así, sigo intentándolo; ya es la segunda vez que me dicen que no soy humana.
A la tercera, la vencida.
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JIL SANDER, GRAN CABEZA
lunes, 29 de agosto de 2016
Tengo la cabeza grande, lo se por la talla de los sombreros (60 centímetros) y porque, cuando me hago fotos siempre me dicen: "Delia, tú la cabeza hacia atrás que sino...".
Con lo del sombrero no me queda otra, y ,con de las fotos, he aprendido poco a poco a echarla hacia atrás por el bien del equilibrio en la composición del grupo.
Cabezota también soy, me empeño, a veces con demasiada fuerza, y me agarro al bolso, mientras me dicen: "No levantes la barbilla en las fotos"; ya se lo de la cabeza y lo de la barbilla.
Los hombros también los tengo importantes, soy atlética con un montón de lesiones, de esas que no son por el deporte sino de tanto tensar y tensar la cuerda; eso, en las fotos debe notarse un montón.
También me dicen: "Sonríe que eres muy guapa", y, cuanto más me lo dicen, más cara de tonta se me pone; hay fotos preciosas de gente seria y de mirada intensa. Yo, cuando miro intensamente acabo bizqueando y eso en una foto, no mola.
Acabo de ver esta foto, con una chaqueta que a mi me quedaría mejor, por mis hombros y el tamaño de mi cabeza; yo me imagino ahí dentro arropada por ese semioversize que parece de prestado en una cita galante en medio de la lluvia o fruto de un robo rápido del armario masculino. A mi esas cosas me encantan.
Así es Jil Sander, que no se porqué ha puesto una cabeza tan pequeña sobre unos hombros tan grandes, una carita tan seria y esa manera tan tensa de coger el bolso. Por algo será, Jil Sander sabrá... porque para mi su campaña de otoño- invierno 16/17 es: imponente, seria, y desproporcionada, igualita, igualita que mi cabeza en las fotos.
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